Decía mi padre que si hay algo mucho peor que las mentiras en esta vida, eso son las verdades a medias. Jugar a la ambigüedad y la falta de claridad son los instrumentos de comunicación más extendidos hoy en día.
En el amor, las amistades, los compañeros de trabajo, los otros padres del colegio… podemos contar con los dedos de una mano, al menos en mi caso, aquellos que ponen de su parte para ser claros y decirnos las cosas tal y como las sienten y conocen de verdad.
En el caso de la política, el tema se agrava. No he conocido aún a personaje alguno partícipe de ese mundo que sea capaz de hablar, ni mucho menos actuar, con la verdad.
El juego del despiste y de la divagación vacía de contenido es su proclama más patente. Cada vez son más y más pronto los que se apuntan al concurso del más ambiguo del año. Todo sea por evitar evidenciar su necedad, y, en ocasiones, incluso el desconocimiento de las cosas que acaecen, no sólo en su ámbito en general, sino también en su propio partido. ¿Quién va a confiar ni mucho menos a depositar su voto efectivo en un partido que se conozca que ni se aguanten entre ellos mismos, y en el que por todos es sabido que engañan y pisotean unos a otros?
Bueno. Sí… habrá quien caiga de nuevo en el pozo de la ignorancia selectiva, y sigan dando la papeleta en la urna por los mismos, pero creo, que no me equivoco cuando digo con total convicción, que este año no se llevan ni media. Habrá un buen giro de tornas. En mayo, este Juego se busca otros Tronos.
El “Sí pero no” para dar “aclaraciones” ya no se lo traga nadie.